Vamos a hablar claro: todos conocemos a alguien que alguna vez ha dicho, en un tono de voz un poco más alto de lo normal (para que le oiga incluso quien no está en esa conversación) ‘¡Cualquier día de estos me voy al Camino de Santiago!’. Bueno, pues muy bien. Os aseguro que no conozco a ninguna de esas personas que haya ido aún al Camino. Y toda la seguridad que tenía su tono y sus palabras se diluye cuando saben que quien les escucha ha ido una o varias veces a uno o varios Caminos.
Quien se lanza al Camino no lo hace por una bravuconada, no lo anuncia a los cuatro vientos. Se va al Camino porque la vida le ha puesto esa puerta delante y ha decidido abrirla después de haberlo pensado mucho o de no pensarlo absolutamente nada. La decisión de ir al Camino se toma de la misma manera que se vive el día a día en el Camino: primero se siente la necesidad, se ejecuta la acción y, ya después, ya intentaremos encontrar un porqué.
Si eres creyente, por supuesto, será quien lo tengas más fácil para encontrar el sentido de tu viaje pero… ¿Y si no lo eres? ¿Ya no puedes peregrinar a Santiago? Por supuesto que sí. Continuar leyendo «Motivaciones»