Dicen que el Camino te cambia. No sé si es verdad o no. Yo me fui al Camino por primera vez en 2001 y no soy consciente de si los cambios que se han producido en mi personalidad son fruto del Camino o de la edad; supongo que ambas cosas cuentan ¿verdad? De lo que sí estoy seguro es que ya no tengo problemas para escoger dónde ir de vacaciones: al Camino. Antes, siempre tenía dudas: dónde ir, cómo ir, cuanto tiempo, con quien… Ahora lo tengo resuelto: voy al Camino, me voy en tren o autobús y lo recorro andando, el máximo de días posible y, excepto raras ocasiones, voy solo. He ido unas cuantas veces al Camino, algunos que me conocen dicen que muchas pero a mí… Se me hacen pocas.
Esas sensaciones que vivo y disfruto a cada paso, esa libertad que vivo cada día, esas personas que conozco en cada albergue, esos amaneceres y ocasos que calientan mi alma con luces ocres y cielos ardientes, esa improvisación tranquila y controlada de quien se lo prepara todo con la esperanza de modificarlo cuando lo vive, esa melancolía que nace a mitad de Camino y va creciendo a cada día que pasa, ese nudo en el estómago que aparece con los nervios de la pronta llegada, esos ojos humedecidos cuando entras en Santiago, esas primeras lágrimas que aparecen en la Plaza de Cervantes… Y esas lágrimas que brotan descontroladas en la Plaza del Obradoiro. ¿Cómo renunciar a todo eso?
Siempre que terminaba el Camino, soñaba en mostrárselo a los míos y en poder entrar con ellos, cogidos de la mano, llorando y riendo juntos. Lo soñé hace muchos años, lo empecé a preparar en enero de 2012 y la muerte de mi padre lo truncó ese mismo febrero. Ahora, en 2019, he tenido el privilegio y honor de poder enseñarle a mi madre cómo vivo el Camino, cómo vivo en él, de ser su guía en esta aventura que yo soñé y que ella jamás imaginó que pudiera realizar. ¡Y lo logró!
Cuando yo termino un Camino, suelo coger un tren nocturno de vuelta a casa y, así, la mayor parte del trayecto de vuelta, duermo hasta llegar a casa. De un día para otro, en unas pocas horas, paso de estar llorando delante de la Catedral de Santiago a bajarme del tren en una ciudad que me estresa y me recuerda que el ‘mundo real’ es muy distinto al que todos imaginamos y donde nos gustaría vivir. En este Camino, pudimos volver de forma escalonada, sin prisas. Si tardamos doce días en recorrer el Camino, tardamos siete en llegar a casa (Ver: La vuelta a Casa).
En esa semana extra, visitamos Fisterra, Sardiñeiro, Cee, las Cascadas de Ézaro, Muxía, Samos, O Cebreiro, Ponferrada, Manjarín, la Cruz de Ferro, Foncebadón, Astorga, León, Carrión de los Condes, Vilafranca Montes de Oca, Santo Domingo de la Calzada, Nájera, el Parque de la Grajera, el Alto del Perdón, Pampona, Larrasoaña, Zubiri, Espinal y Roncesvalles. No nos aburrimos, no. No podía permitir no enseñarle todos esos sitios, algunos tan icónicos que no visitarlos hubiera sido un descuido imperdonable y otros porque tienen un significado muy especial para mí. En Muxía le descubrí como un buen marketing consigue relegar la maravillosa Muxía tras la anodina Fisterra; en el maravilloso Monasterio de Samos le mostré que existen lavabos y duchas mixtos en algunos albergues del Camino, en el Parque de la Grajera conseguimos que una ardilla se le subiera por la pierna, en Larrasoaña le enseñé el porche de la iglesia donde dormimos en el suelo unos cuantos peregrinos, en Zubiri su maravilloso puente, que me recuerda al que había en el pueblo donde pasábamos las vacaciones cuando era un niño, en Roncesvalles la colegiata donde, durmiendo yo en el suelo, alguien me despertó saltando de una litera superior sobre mi muslo…
Así, poco a poco, nos íbamos acercando a casa, desconectando lentamente del Camino, introduciéndonos a una sociedad llena de prisas y costumbres de las que nos habíamos librado durante tanto tiempo. Sí, fue una buena manera de salir del Camino para meternos de lleno en esta vorágine que es la ‘normalidad’ pero… A día de hoy, un mes largo después de llegar a Santiago, seguimos añorando ese Camino, el que preparé para nosotros, el nuestro, el suyo, ¡su Camino!
Hermoso todo lo que escribes. Me pasa exactamente lo mismo. Siempre tengo al lado mío, en el trabajo, la Credencial del Peregrino. Es mí motivación
Muchas gracias por tomarte el tiempo para redactar todo lo bello que vivís, por tús sentimientos, etc
Saludos desde Argentina