Recuerdo la primera vez que fui al Camino: salí de casa con una mochila de 13 kg, llena de ‘por siacasos’. Estaba ilusionado por el reto que que estaba a punto de empezar y, como cabía dentro, empecé a llenarla de cosas que, a la postre, resultaron ser inútiles. El primer día ya asumí que con esa carga absurda se me iba a complicar la cosa pero qué iba a hacer ¿tirarlo todo? Me decidí por la opción menos traumática: aguantar los kilos de más hasta llegar a Pamplona y, una vez allí, mandar por correo todo lo que sobraba. Así, rebajé el peso del equipaje hasta dejarlo a unos ‘modestos’ 9 kg.
Hoy, cuando voy al Camino, tan sólo llevo lo que yo considero imprescindible. Hace mucho tiempo que la preparación de las mochilas ya no me supone ningún problema. En su día realicé una lista con lo que he acabado considerando necesario para ir al Camino. Hoy, lo que hago, es imprimir la lista e ir marcando lo que voy metiendo en la mochila y me aseguro de llevarlo todo. Con todo, la mochila me pesa 6,4 kg sin agua, u 8,4 kg con los 2 L de agua que acostumbro a cargar siempre. Con el tiempo he llegado a concluir que, en época de buen tiempo, exceptuando la ropa de lluvia, al cambiarme tras la ducha, la mochila debe quedar vacía. Si queda algo, esa ropa sobra. Esa es mi norma. Hay quien opina distinto y prefiere cargar más ropa para no tener que lavar a diario pero yo prefiero cargar menos peso y lavar la ropa cada final de etapa.
Para la preparación del Camino con mi madre, hice lo mismo: imprimí la lista y empezamos a marcar: ¿Camisetas? Sí, ¿Ropa interior? Sí, ¿Calcetines? También… Y nos aseguramos que lo teníamos todo; y lo que faltaba lo marcamos para comprarlo. Como es de suponer, yo tengo todo lo necesario para el Camino pero no era el caso de mi madre. Ya he comentado que ella se lanzaba a esta aventura sin haber hecho ejercicio con anterioridad y, lógicamente, a ella le faltaban muchas cosas: zapatos, calcetines, camisetas, ropa impermeable… Algunas cosas las compramos y otras se las prestaron. Si necesitáis equipo en vuestra primera incursión al Camino, sin duda, lo mejor es que os presten lo que haga falta. Comprar según qué equipo resulta caro. Los zapatos, por ejemplo, son imprescindibles y pueden resultar caros pero el saco, otra gran inversión económica, si os lo pueden prestar para descubrir el Camino es la mejor opción. Lo dicho: hay que comprar lo que no tengamos y no podamos conseguir que nos presten. Si, tras realizar el primer Camino, nos animáramos a volver más veces, se puede ir comprando el equipo necesario, poco a poco o como regalos de cumpleaños, santos, a los Reyes o Papa Noel…Con este panorama, empezamos a buscar todo el material necesario en los armarios de toda la familia. En definitiva, lo único que terminó comprando fueron los zapatos, calcetines y unas mallas.
Con todo el equipaje preparado, tocaba distribuirlo todo en las dos mochilas. La idea era cargar lo mínimo posible la mochila de mi madre y llevar yo el peso del equipaje. Ella llevaría lo imprescindible para la jornada y poco más: ropa de lluvia, algo de abrigo extra, agua, un poco de comida y la medicación. El resto, lo suyo y lo mío, lo llevaría yo. El resultado fue que la mochila de mi madre pesaba 3,5 kg y la mía 11 kg. No me preocupaba el peso de mi mochila sino el de la suya. Sabía, sé, que tengo capacidad para eso y más; además, las etapas, aunque largas para alguien que jamás ha caminado nunca, a mí me resultan muy cortas. Tengo por costumbre salir a dar una vuelta por mi ciudad 4 o 5 días a la semana . Nada del otro mundo: un paseo por un parque urbano que enlazo con 3 avenidas y que, a la postre, me ocupa unos 80 o 90 minutos para recorrer unos 8,5 km. Las etapas que programé, pues, tenían una distancia a la que estoy muy acostumbrado y estaba seguro de poder aguantar el peso de la mochila caminando esas distancias cada día.
Hay personas como mi madre a las que no les es posible cargar peso y que, si se pusieran 6 o 7 kilos en la espalda, les sería imposible caminar. Para este tipo de personas, les recomiendo que vayan al Camino con dos mochilas: una para lo imprescindible durante la etapa y otra con el resto de equipaje. La mochila pequeña la cargaríamos durante la etapa y la mochila grande se podría enviar a final de etapa con una de las tantas empresas que ofrecen ese servicio. Y hablo de mochilas y de controlar lo que llevamos al Camino, no hablo de ir con una ‘mochilita’ a la espalda y mandar a final de etapa un armario lleno de ropa (que de todo hay). Nosotros decidimos repartir el equipaje entre los dos para poder tener la libertad de poder parar en cualquier sitio cuando quisiéramos. ¿Que estamos cansados y no queremos andar más? Acortamos la etapa. ¿Que estamos frescos y nos apetece? Alargamos la etapa. De esta manera, no iríamos condicionados por llegar al lugar donde nos llevaran el equipaje. Esta es la gran diferencia entre cargar todo o no cargarlo: la libertad de decidir en todo momento.
Hola me pasó lo Mismo llevava vidas inservible por lo Menos la estera por sí acaso ,la mandé por correo cón otras vidas mías y de mí amigo peregrinó que conocí en españa,,esas cosas todavia están en su casa,regrese a Venezuela y nunca las traje.